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LA SALUD MICROBIOLÓGICA
Por JM. Dupuis y Fernando Bernal
Salmonella
Microbios.- Los microbios, seres
vivos diminutos, solo puede
visualizarse con el microscopio. La ciencia que estudia los microorganismos
es la microbiología. Son organismos dotados de individualidad
que presentan, a diferencia de las plantas y los animales, una
organización biológica elemental. En su mayoría son unicelulares,
aunque en algunos casos se trate de organismos cenóticos compuestos por células
multinucleadas, o incluso multicelulares.
El concepto de microorganismo, engloba
organismos unicelulares como las bacterias, los protozoos, una
parte de las algas y
los hongos, e
incluso los virus.
Estos últimos generalmente no son considerados seres vivos y por lo tanto no
son microorganismos en sentido estricto; no obstante, también están incluidos
en el campo de estudio de la microbiología.
Los microbios tienen múltiples
formas y tamaños. Si un virus de tamaño promedio tuviera el tamaño de una
pelota de tenis, una bacteria sería del tamaño de media cancha de tenis y una
célula eucariota sería como un estadio entero de fútbol. Muchos microorganismos son patógenos
y causan enfermedades a personas, animales y plantas, algunas de las cuales han
sido un azote para la humanidad desde tiempos inmemoriales. No obstante, la
inmensa mayoría de los microbios no son en absoluto perjudiciales y bastantes
juegan un papel clave en la biosfera al descomponer la materia orgánica, mineralizarla y
hacerla de nuevo asequible a los productores, cerrando el ciclo de la materia.
Por cada célula que hay en nuestro cuerpo, tenemos
100 microbios de distintas clases que proliferan en la boca, los oídos, la
piel, los órganos genitales y, sobre todo, en los intestinos. En un adulto, la
cantidad de microbios se aproxima a los 100 billones. Aunque pueda sonar
repulsivo, en realidad la mayor parte de estos microbios son inofensivos y
aparentemente pasivos. Algunos nos resultan útiles y solamente una minoría son
peligrosos: los microbios patógenos, es decir, los que causan enfermedades.
Por qué debemos cuidar de nuestros microbios
Cuando decimos que la mayoría de estos microbios
parecen pasivos, no es del todo exacto: en realidad, tienen la virtud (la
mayoría) de que ocupan lugares en los diferentes ecosistemas del cuerpo y con
ello impiden que los microbios patógenos se instalen y se multipliquen. En este
sentido, su presencia constituye un escudo defensivo que resulta imprescindible
en nuestra vida. Por ello, lo peor que podría hacerse sería eliminar con productos
químicos las bacterias que recubren alguno de nuestros órganos sensibles, como
por ejemplo, los genitales o el intestino. Lejos de obtener una “limpieza
total”, lo que conseguiríamos sería favorecer la aparición de nuevos invasores
sin tener la certeza de que vengan con buenas intenciones. Así es como se
producen algunas infecciones.
Por eso, resulta lamentable que los médicos y veterinarios, lleven más de un siglo dedicando tanto esfuerzo a matar microbios de forma indiscriminada a base de antisépticos, fungicidas y antibióticos, que no siempre son indispensables. Aunque no las veamos, aunque no las conozcamos, la mayoría de estas bacterias son nuestras amigas. Y tener 100 billones de amigos no es poca cosa.
Por eso, resulta lamentable que los médicos y veterinarios, lleven más de un siglo dedicando tanto esfuerzo a matar microbios de forma indiscriminada a base de antisépticos, fungicidas y antibióticos, que no siempre son indispensables. Aunque no las veamos, aunque no las conozcamos, la mayoría de estas bacterias son nuestras amigas. Y tener 100 billones de amigos no es poca cosa.
La microbiota
intestinal, una de las claves de nuestra salud
Entre estos
microbios, los más numerosos e importantes para la salud son las bacterias y
levaduras que viven en el intestino en relación simbiótica (es decir,
estableciendo entre ellos una relación de ayuda mutua) y que constituyen la
“microflora intestinal”, o “microbiota”.
LOS INTESTINOS.- Los intestinos
son un tubo largo recubierto de una mucosa denominada epitelio intestinal que,
a su vez, se compone de una fina capa de células, los enterocitos. Su
estructura en forma de ribete en cepillo (una especie de terciopelo en el que
cada pelo recibe el nombre de vellosidad intestinal) aumenta considerablemente
la superficie de intercambio. Efectivamente, el epitelio intestinal es el que
permite los intercambios entre el exterior y el interior de nuestro cuerpo.
Sí, ya sé que resulta curioso pensar que lo que sucede dentro de los intestinos tiene lugar en el exterior del cuerpo, pero es un hecho: hasta que los nutrientes no atraviesan la pared intestinal para llegar a la sangre, éstos permanecen en el exterior del cuerpo; al igual que el aire que entra en los pulmones se queda en el exterior hasta que penetra en la sangre. La diferencia entre los intestinos y los pulmones es que, en el caso de estos últimos, lo que no se absorbe vuelve a salir por el mismo conducto (la boca).
Si se desplegase la superficie extendida de las vellosidades del epitelio intestinal, podría cubrirse la superficie de una cancha de tenis. Además, aunque esta mucosa es muy fina, es muy resistente, y prueba de ello es que a lo largo de una vida se estima que pasarán a través de ella al menos 50 toneladas de alimentos. Además, apenas tiene irrigación de vasos sanguíneos.
Sí, ya sé que resulta curioso pensar que lo que sucede dentro de los intestinos tiene lugar en el exterior del cuerpo, pero es un hecho: hasta que los nutrientes no atraviesan la pared intestinal para llegar a la sangre, éstos permanecen en el exterior del cuerpo; al igual que el aire que entra en los pulmones se queda en el exterior hasta que penetra en la sangre. La diferencia entre los intestinos y los pulmones es que, en el caso de estos últimos, lo que no se absorbe vuelve a salir por el mismo conducto (la boca).
Si se desplegase la superficie extendida de las vellosidades del epitelio intestinal, podría cubrirse la superficie de una cancha de tenis. Además, aunque esta mucosa es muy fina, es muy resistente, y prueba de ello es que a lo largo de una vida se estima que pasarán a través de ella al menos 50 toneladas de alimentos. Además, apenas tiene irrigación de vasos sanguíneos.
Las bacterias protegen
y nutren el epitelio
El secreto de la resistencia e integridad del
epitelio intestinal reside en que está recubierto de microbios que lo protegen
y alimentan. Son centenares de especies de bacterias y levaduras las que
constituyen la microbiota. Esta, se nutre, entre otras cosas, de fibra, un
elemento que se encuentra en nuestra alimentación y que no digerimos ni
absorbemos.
La fibra se encuentra de forma abundante en todas
las frutas y hortalizas. Resulta indispensables, por una parte, porque regula
el tránsito intestinal y, por otra, porque es necesaria para el mantenimiento
del epitelio intestinal. Realmente, las bacterias y levaduras fermentan la
fibra para degradarla y absorberla. Este proceso acarrea la producción de
ácidos grasos de cadena corta que, aunque parezca un milagro, son precisamente
el alimento del que se nutren las células del epitelio. Así favorece su
mantenimiento y permite su reparación.
Como podrá observarse, todos salen ganando con la operación: tanto las bacterias y levaduras como las células de los intestinos. Se habla por tanto de microbios mutualistas o de simbiosis, a diferencia de los microbios parásitos, los cuales simplemente se benefician sin dar nada a cambio.
Como podrá observarse, todos salen ganando con la operación: tanto las bacterias y levaduras como las células de los intestinos. Se habla por tanto de microbios mutualistas o de simbiosis, a diferencia de los microbios parásitos, los cuales simplemente se benefician sin dar nada a cambio.
Estos microbios
también nos benefician
El intestino produce ciertos neurotransmisores, como es el caso del 95%
de la serotonina (la hormona de la felicidad), de ciertas enzimas (peptidasas y
lactasa) y de vitaminas (sobre todo B12 y K), así como de numerosas moléculas
mensajeras del sistema inmunitario (ARNm). Estas sustancias pueden influir en
el estrés que padezcamos e incluso determinar nuestro carácter. Y prueba de
ello es que si se le practica un trasplante de microbiota intestinal de un
ratón aventurero a los intestinos de un ratón temeroso, éste último se vuelve
más valiente. Por otra parte, estas bacterias parecen ser capaces de producir
compuestos químicos que regulan el apetito,ladigestiónylasensacióndesaciedad.
Las bacterias intestinales mal alimentadas causan
enfermedades
En efecto, si las bacterias del intestino no
reciben la fibra que necesitan para regenerarse, producen menos alimento para
el cuidado de nuestro epitelio. Además, nos quedamos sin una parte de las
sustancias beneficiosas que producen, que son aquellas a las que nos acabamos
de referir (serotonina, enzimas, vitaminas...).
Si no se alimenta bien el epitelio intestinal, puede sobrevenir un aumento de la permeabilidad intestinal, en concreto en aquellas personas con intolerancia al gluten y a las proteínas de la leche de vaca. Las bacterias patógenas, proteínas e hidratos de carbono que no se hayan digerido adecuadamente pueden pasar a la sangre y desencadenar reacciones inmunitarias adversas. La consecuencia de ello es una inflamación crónica que, con el tiempo, puede provocar la aparición del síndrome metabólico, además de numerosas enfermedades crónicas vinculadas, como la colopatía funcional, enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 etc.
El intestino es anormalmente permeable ante casos como la enfermedad de Crohn, la espondilitis anquilosante, la artritis reumatoide, la diabetes de tipo 1 y, probablemente, ante la mayoría de las enfermedades autoinmunes.
Si no se alimenta bien el epitelio intestinal, puede sobrevenir un aumento de la permeabilidad intestinal, en concreto en aquellas personas con intolerancia al gluten y a las proteínas de la leche de vaca. Las bacterias patógenas, proteínas e hidratos de carbono que no se hayan digerido adecuadamente pueden pasar a la sangre y desencadenar reacciones inmunitarias adversas. La consecuencia de ello es una inflamación crónica que, con el tiempo, puede provocar la aparición del síndrome metabólico, además de numerosas enfermedades crónicas vinculadas, como la colopatía funcional, enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 etc.
El intestino es anormalmente permeable ante casos como la enfermedad de Crohn, la espondilitis anquilosante, la artritis reumatoide, la diabetes de tipo 1 y, probablemente, ante la mayoría de las enfermedades autoinmunes.
El cuidado de la
microbiota empieza desde el momento del nacimiento
Mientras estamos dentro del vientre materno, tanto el tubo digestivo
como la piel están esterilizados.
Sin embargo, el bebé que nace por parto natural va recogiendo a su paso por el canal del parto, las bacterias de la madre, que no tardarán en colonizar la piel, la boca, las mucosas y los intestinos. Si nace por cesárea, serán las bacterias del entorno hospitalario (las de las manos del personal sanitario y las de quienes transitan por los pasillos del hospital) las que se instalen en esas mismas zonas. Todas estas cepas bacterianas, lógicamente, presentan riesgos para el bebé.
Los estudios realizados a bebés han permitido un hallazgo fundamental en relación con la microbiota. Durante años, los investigadores nutricionistas se han sorprendido por la presencia, en la leche materna, de ciertos hidratos de carbono complejos, los oligosacáridos, que los bebés no pueden digerir por falta de enzimas adaptadas. Resultaría muy sorprendente que la madre naturaleza que, en general, tiene estas cosas previstas, desperdiciase los valiosos recursos nutritivos de la madre aportándole al bebé alimentos que no puede digerir. No obstante, los oligosacáridos no están ahí para alimentar al bebé, sino para alimentar a las bacterias del género Bifidobacterium (en concreto, el Bifidobactarerium infantis), especialmente adaptadas a los oligosacáridos presentes en la leche materna.
Cuando todo va bien, estas bifidobacterias proliferan e impiden que huéspedes menos deseables se instalen y nutren el epitelio intestinal de los niños. Estos oligosacáridos son, por tanto, prebióticos; es decir, son alimento para la microbiota. Dado que los productores de leche materna no han tenido en cuenta durante mucho tiempo estos hallazgos, no han añadido ni prebióticos ni probióticos a sus preparados, lo cual perjudica la calidad de la microbiota y la inmunidad de los niños alimentados con biberón. Esto, al igual que los partos por cesárea, podría explicar el aumento de los casos de alergias (eccemas), asma, inmunodeficiencia e incluso enfermedades degenerativas en los recién nacidos.
Sin embargo, el bebé que nace por parto natural va recogiendo a su paso por el canal del parto, las bacterias de la madre, que no tardarán en colonizar la piel, la boca, las mucosas y los intestinos. Si nace por cesárea, serán las bacterias del entorno hospitalario (las de las manos del personal sanitario y las de quienes transitan por los pasillos del hospital) las que se instalen en esas mismas zonas. Todas estas cepas bacterianas, lógicamente, presentan riesgos para el bebé.
Los estudios realizados a bebés han permitido un hallazgo fundamental en relación con la microbiota. Durante años, los investigadores nutricionistas se han sorprendido por la presencia, en la leche materna, de ciertos hidratos de carbono complejos, los oligosacáridos, que los bebés no pueden digerir por falta de enzimas adaptadas. Resultaría muy sorprendente que la madre naturaleza que, en general, tiene estas cosas previstas, desperdiciase los valiosos recursos nutritivos de la madre aportándole al bebé alimentos que no puede digerir. No obstante, los oligosacáridos no están ahí para alimentar al bebé, sino para alimentar a las bacterias del género Bifidobacterium (en concreto, el Bifidobactarerium infantis), especialmente adaptadas a los oligosacáridos presentes en la leche materna.
Cuando todo va bien, estas bifidobacterias proliferan e impiden que huéspedes menos deseables se instalen y nutren el epitelio intestinal de los niños. Estos oligosacáridos son, por tanto, prebióticos; es decir, son alimento para la microbiota. Dado que los productores de leche materna no han tenido en cuenta durante mucho tiempo estos hallazgos, no han añadido ni prebióticos ni probióticos a sus preparados, lo cual perjudica la calidad de la microbiota y la inmunidad de los niños alimentados con biberón. Esto, al igual que los partos por cesárea, podría explicar el aumento de los casos de alergias (eccemas), asma, inmunodeficiencia e incluso enfermedades degenerativas en los recién nacidos.
La importancia de los
“juegos sucios”
Los niños y las niñas, no tardarán en atraer todo tipo de bacterias con
comportamientos de sobra conocidos, como llevarse a la boca todos los objetos
que encuentran (incluidos los desperdicios que hay en los parques públicos), y
hasta la basura doméstica. Es cierto que este acto reflejo preocupa a las
personas adultas y, por supuesto, evitarán que sus hijos e hijas se lleven a la
boca objetos muy sucios o productos peligrosos. De todas formas, si la
microbiota se va enfrentando gradualmente a bacterias oportunistas o
ligeramente patógenas, desarrollará una madurez inmunitaria que le permitirá
resistir con mayor eficacia futuras agresiones.
A partir de los tres años, la microbiota infantil, aunque es muy específica, se corresponde en parte con la de su madre y padre e incluso con la de quienes viven bajo el mismo techo y se sientan a la misma mesa. Aunque aun puede evolucionar, será difícil que lo haga. Introducir una nueva cepa bacteriana en la microbiota viene a ser algo así como introducir una nueva especie en una selva que ya ha alcanzado su pleno desarrollo: en principio, todos los espacios libres están ocupados y al recién llegado le resulta muy difícil encontrar sitio. En general, esto sucede únicamente a raíz de una tormenta grave, por ejemplo, si la microbiota es diezmada por un tratamiento con antibióticos, si resulta modificada por una enfermedad infecciosa, si el germen recién llegado es particularmente poderoso o el terreno o la alimentación específica de le son propicios, como es el caso del hongo Cándida albicans en niñas y niños que ingieren muchos productos azucarados.
Peor si vives en una
ciudad
Como cabría esperar, los habitantes de zonas rurales tradicionales, que
están en contacto con los animales, la tierra y las plantas y que ingieren
productos no transformados y sin esterilizar tienen una microflora intestinal
más rica y más eficaz que la gente de los países industrializados que vive en
oficinas y se alimenta de platos precocinados recalentados en el microondas.
Así pues, la consecuencia es que en occidente los intestinos de quienes allí viven están peor protegidos y, por tanto, son mucho más sensibles a las infecciones y a las enfermedades autoinmunes. Son, por consiguiente, menos resistentes a las bacterias patógenas.
Así pues, la consecuencia es que en occidente los intestinos de quienes allí viven están peor protegidos y, por tanto, son mucho más sensibles a las infecciones y a las enfermedades autoinmunes. Son, por consiguiente, menos resistentes a las bacterias patógenas.
Cambiar los microbios,
mejorar la calidad de vida.
Hoy en día, se cuenta con la posibilidad de realizar trasplantes de
microbiota. En realidad, se trata de extraer las heces del colon de una persona
(sana) con el fin de introducirlas en el colon de una persona enferma. Se ha
comprobado la eficacia de esta práctica en el tratamiento de personas
infectadas por una bacteria patógena que se ha hecho resistente a los
antibióticos, la Clostidrium difficile, causante de una enfermedad muy
complicada de tratar.
Antes de tomar antibióticos, hay
que asegurarse con el médico o el terapeuta que es indispensable y que no hay
otra solución para tratar la enfermedad o el problema que padezcamos.
- No abuses de los productos de limpieza domésticos químicos.
Nuestro entorno debe estar limpio; pero hay que evitar que esté demasiado
esterilizado.
- Evita los limpiadores antibacterias, sobre todo, las soluciones de
limpieza para las (a menos, claro está, que por su profesión -dentista,
cirujano, enfermero, etc.- te veas obligado a ello.
- Deja que los niños y las niñas jueguen al aire libre y acaricien a
los animales. Retoma el contacto físico con la naturaleza, con el planeta.
- Consume alimentos prebióticos, ricos en fibras, para nutrir la
microbiota: leguminosas (alubias, garbanzos, lentejas, etc.), cereales
integrales (arroz, espelta, avena, etc.), cebollas, puerros y otras
hortalizas, aguacates, plátanos, peras y otras frutas de temporada.
- Come alimentos que tengan bacterias probióticas: yogur, chucrut,
pepinillos, aceitunas fermentadas…
- Reduce o elimina la comida rápida, pues son alimentos que, además,
se digieren mal. Muchos alimentos modernos, ricos en grasas saturadas y
almidón, apenas contienen fibra y no ofrecen por tanto nada interesante
para que fermente en el intestino grueso, por lo que nuestras amigas las
bacterias se debilitarán.
- No abuses de los antiinflamatorios químicos (ibuprofeno, aspirina,
etc.), aumentan la permeabilidad.
Con problemas
digestivos recurrentes, lo mejor será visitar al kinesiologo/a.
En caso de que tengas problemas digestivos desde
hace tiempo (estreñimiento, diarrea, alternancia de ambos, hinchazón abdominal,
gases fétidos…), es el momento de pedir cita en una consulta de kinesiología
cuántica. Te hartan unos sencillos tests para determinar que está sucediendo y
por que esos desequilibrios. Además, te propondrán soluciones muy sencillas,
saludables, baratas y eficaces para resolver esos problemas del sistema
digestivo, pues, para estos profesionales, este es uno de los campos donde
acumulan mayor experiencia y eficacia y mejores resultados.
Es bien importante preocuparse de regenerar la microbiota mediante un
tratamiento específico. Porque no hay que olvidar que es la salud de los
intestinos la que determina, al fin y al cabo, la salud de todo el cuerpo,
incluido el estado de ánimo.
Una vez determinadas y erradicadas las causas de los desequilibrios de
la flora intestinal, a continuación, en muchos casos, es muy recomendable
aportar un surtido de bacterias lácticas que restaure la microflora de
protección intestinal. Estas especies bacterianas, compatibles entre sí y con
capacidad de desarrollarse in vivo, pertenecen principalmente a los géneros
Lactobacillus y Bifidobacterium.
- Estas bacterias, por beneficiosas que sean, se encontrarán
desamparadas en su nuevo territorio y no podrán desarrollarse de forma
armoniosa en él, a no ser que lleguen acompañadas de sus factores de
crecimiento metabólico. Por tanto, es preciso prever su alimentación (con
los prebióticos) a fin de que les proporcione los ingredientes necesarios
para su crecimiento en el medio intestinal: oligosacáridos, colágeno,
aminoácidos, lactoferrina y los cofactores vitamínicos (del grupo B) y
minerales (magnesio, manganeso…).
- Aportar bacterias protectoras y favorecer su desarrollo son las
dos primeras etapas que determinan la regeneración de la microbiota; pero
también es preciso regenerar el epitelio intestinal, que debe formar de
nuevo una barrera infranqueable e impermeable frente a los diversos
agentes dañinos o patógenos. Para ello es necesario aportar alimentos que
contengan agentes reparadores como la glutamina, fosfolípidos, colágeno,
vitaminas del grupo B, C, E y carotenoides.
- Los cuerpos sutiles energéticos que envuelven nuestro organismo, el
medio intestinal, la boca y la piel, constituyen la primera línea de
defensas naturales del organismo. Por ello, conviene estimular la
inmunidad energética y biológica, armonizando nuestras auras y
proporcionándonos una selección de nutrientes: las bacterias amigas o las
inmunoglobulinas de calostro contribuyen a la resistencia natural del
intestino frente a las agresiones del entorno. De igual manera, los
oligoelementos (cobre, selenio, zinc), las vitaminas A, B6, B9, B12 y C
participan en la actividad normal del sistema inmunitario.
- Por último, conviene estimular el metabolismo general mediante
nutrientes en sus formas adaptadas: oligoelementos, vitaminas, coenzima
Q10 y aminoácidos azufrados. Realmente, si el organismo está falto de
vitalidad y de minerales y ha pasado meses o años con digestiones
difíciles, no permitirá fácilmente que se realice una buena labor de
regeneración del aparato digestivo.
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