martes, 11 de febrero de 2014

La Salud Microbiológica. Por JM. Dupuis y Fernando Bernal


vida sana


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LA SALUD MICROBIOLÓGICA

Por JM. Dupuis y Fernando Bernal


Salmonella

Microbios.- Los microbios,  seres vivos diminutos,  solo puede visualizarse con el microscopio. La ciencia que estudia los microorganismos es la microbiología. Son organismos dotados de individualidad que presentan, a diferencia de las plantas y los animales, una organización biológica elemental. En su mayoría son unicelulares, aunque en algunos casos se trate de organismos cenóticos compuestos por células multinucleadas, o incluso multicelulares.
El concepto de microorganismo, engloba organismos unicelulares  como las bacterias, los protozoos, una parte de las algas y los hongos, e incluso los virus. Estos últimos generalmente no son considerados seres vivos y por lo tanto no son microorganismos en sentido estricto; no obstante, también están incluidos en el campo de estudio de la microbiología.
Los microbios tienen múltiples formas y tamaños. Si un virus de tamaño promedio tuviera el tamaño de una pelota de tenis, una bacteria sería del tamaño de media cancha de tenis y una célula eucariota sería como un estadio entero de fútbol.  Muchos microorganismos son patógenos y causan enfermedades a personas, animales y plantas, algunas de las cuales han sido un azote para la humanidad desde tiempos inmemoriales. No obstante, la inmensa mayoría de los microbios no son en absoluto perjudiciales y bastantes juegan un papel clave en la biosfera al descomponer la materia orgánica, mineralizarla y hacerla de nuevo asequible a los productores, cerrando el ciclo de la materia.
Por cada célula que hay en nuestro cuerpo, tenemos 100 microbios de distintas clases que proliferan en la boca, los oídos, la piel, los órganos genitales y, sobre todo, en los intestinos. En un adulto, la cantidad de microbios se aproxima a los 100 billones. Aunque pueda sonar repulsivo, en realidad la mayor parte de estos microbios son inofensivos y aparentemente pasivos. Algunos nos resultan útiles y solamente una minoría son peligrosos: los microbios patógenos, es decir, los que causan enfermedades.

Por qué debemos cuidar de nuestros microbios

Cuando decimos que la mayoría de estos microbios parecen pasivos, no es del todo exacto: en realidad, tienen la virtud (la mayoría) de que ocupan lugares en los diferentes ecosistemas del cuerpo y con ello impiden que los microbios patógenos se instalen y se multipliquen. En este sentido, su presencia constituye un escudo defensivo que resulta imprescindible en nuestra vida. Por ello, lo peor que podría hacerse sería eliminar con productos químicos las bacterias que recubren alguno de nuestros órganos sensibles, como por ejemplo, los genitales o el intestino. Lejos de obtener una “limpieza total”, lo que conseguiríamos sería favorecer la aparición de nuevos invasores sin tener la certeza de que vengan con buenas intenciones. Así es como se producen algunas infecciones.

Por eso, resulta lamentable que los médicos y veterinarios, lleven más de un siglo dedicando tanto esfuerzo a matar microbios de forma indiscriminada a base de antisépticos, fungicidas y antibióticos, que no siempre son indispensables. Aunque no las veamos, aunque no las conozcamos, la mayoría de estas bacterias son nuestras amigas. Y tener 100 billones de amigos no es poca cosa.

La microbiota intestinal, una de las claves de nuestra salud

Entre estos microbios, los más numerosos e importantes para la salud son las bacterias y levaduras que viven en el intestino en relación simbiótica (es decir, estableciendo entre ellos una relación de ayuda mutua) y que constituyen la “microflora intestinal”, o “microbiota”.

LOS INTESTINOS.- Los intestinos son un tubo largo recubierto de una mucosa denominada epitelio intestinal que, a su vez, se compone de una fina capa de células, los enterocitos. Su estructura en forma de ribete en cepillo (una especie de terciopelo en el que cada pelo recibe el nombre de vellosidad intestinal) aumenta considerablemente la superficie de intercambio. Efectivamente, el epitelio intestinal es el que permite los intercambios entre el exterior y el interior de nuestro cuerpo.

Sí, ya sé que resulta curioso pensar que lo que sucede dentro de los intestinos tiene lugar en el exterior del cuerpo, pero es un hecho: hasta que los nutrientes no atraviesan la pared intestinal para llegar a la sangre, éstos permanecen en el exterior del cuerpo; al igual que el aire que entra en los pulmones se queda en el exterior hasta que penetra en la sangre. La diferencia entre los intestinos y los pulmones es que, en el caso de estos últimos, lo que no se absorbe vuelve a salir por el mismo conducto (la boca).

Si se desplegase la superficie extendida de las vellosidades del epitelio intestinal, podría cubrirse la superficie de una cancha de tenis. Además, aunque esta mucosa es muy fina, es muy resistente, y prueba de ello es que a lo largo de una vida se estima que pasarán a través de ella al menos 50 toneladas de alimentos. Además, apenas tiene irrigación de vasos sanguíneos.

Las bacterias protegen y nutren el epitelio

El secreto de la resistencia e integridad del epitelio intestinal reside en que está recubierto de microbios que lo protegen y alimentan. Son centenares de especies de bacterias y levaduras las que constituyen la microbiota. Esta, se nutre, entre otras cosas, de fibra, un elemento que se encuentra en nuestra alimentación y que no digerimos ni absorbemos.
La fibra se encuentra de forma abundante en todas las frutas y hortalizas. Resulta indispensables, por una parte, porque regula el tránsito intestinal y, por otra, porque es necesaria para el mantenimiento del epitelio intestinal. Realmente, las bacterias y levaduras fermentan la fibra para degradarla y absorberla. Este proceso acarrea la producción de ácidos grasos de cadena corta que, aunque parezca un milagro, son precisamente el alimento del que se nutren las células del epitelio. Así favorece su mantenimiento y permite su reparación.

Como podrá observarse, todos salen ganando con la operación: tanto las bacterias y levaduras como las células de los intestinos. Se habla por tanto de microbios mutualistas o de simbiosis, a diferencia de los microbios parásitos, los cuales simplemente se benefician sin dar nada a cambio.

Estos microbios también nos benefician

El intestino produce ciertos neurotransmisores, como es el caso del 95% de la serotonina (la hormona de la felicidad), de ciertas enzimas (peptidasas y lactasa) y de vitaminas (sobre todo B12 y K), así como de numerosas moléculas mensajeras del sistema inmunitario (ARNm). Estas sustancias pueden influir en el estrés que padezcamos e incluso determinar nuestro carácter. Y prueba de ello es que si se le practica un trasplante de microbiota intestinal de un ratón aventurero a los intestinos de un ratón temeroso, éste último se vuelve más valiente. Por otra parte, estas bacterias parecen ser capaces de producir compuestos químicos que regulan el apetito,ladigestiónylasensacióndesaciedad.

Las bacterias intestinales mal alimentadas causan enfermedades
En efecto, si las bacterias del intestino no reciben la fibra que necesitan para regenerarse, producen menos alimento para el cuidado de nuestro epitelio. Además, nos quedamos sin una parte de las sustancias beneficiosas que producen, que son aquellas a las que nos acabamos de referir (serotonina, enzimas, vitaminas...).

Si no se alimenta bien el epitelio intestinal, puede sobrevenir un aumento de la permeabilidad intestinal, en concreto en aquellas personas con intolerancia al gluten y a las proteínas de la leche de vaca. Las bacterias patógenas, proteínas e hidratos de carbono que no se hayan digerido adecuadamente pueden pasar a la sangre y desencadenar reacciones inmunitarias adversas. La consecuencia de ello es una inflamación crónica que, con el tiempo, puede provocar la aparición del síndrome metabólico, además de numerosas enfermedades crónicas vinculadas, como la colopatía funcional, enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 etc.

El intestino es anormalmente permeable ante casos como la enfermedad de Crohn, la espondilitis anquilosante, la artritis reumatoide, la diabetes de tipo 1 y, probablemente, ante la mayoría de las enfermedades autoinmunes.

El cuidado de la microbiota empieza desde el momento del nacimiento

Mientras estamos dentro del vientre materno, tanto el tubo digestivo como la piel están esterilizados.
Sin embargo, el bebé que nace por parto natural va recogiendo a su paso por el canal del parto,  las bacterias de la madre, que no tardarán en colonizar la piel, la boca, las mucosas y los intestinos. Si nace por cesárea, serán las bacterias del entorno hospitalario (las de las manos del personal sanitario y las de quienes transitan por los pasillos del hospital) las que se instalen en esas mismas zonas. Todas estas cepas bacterianas, lógicamente, presentan riesgos para el bebé.

Los estudios realizados a bebés han permitido un hallazgo fundamental en relación con la microbiota. Durante años, los investigadores nutricionistas se han sorprendido por la presencia, en la leche materna, de ciertos hidratos de carbono complejos, los oligosacáridos, que los bebés no pueden digerir por falta de enzimas adaptadas. Resultaría muy sorprendente que la madre naturaleza que, en general, tiene estas cosas previstas, desperdiciase los valiosos recursos nutritivos de la madre aportándole al bebé alimentos que no puede digerir. No obstante, los oligosacáridos no están ahí para alimentar al bebé, sino para alimentar a las bacterias del género Bifidobacterium (en concreto, el Bifidobactarerium infantis), especialmente adaptadas a los oligosacáridos presentes en la leche materna.

Cuando todo va bien, estas bifidobacterias proliferan e impiden que huéspedes menos deseables se instalen y nutren el epitelio intestinal de los niños. Estos oligosacáridos son, por tanto, prebióticos; es decir, son alimento para la microbiota. Dado que los productores de leche materna no han tenido en cuenta durante mucho tiempo estos hallazgos, no han añadido ni prebióticos ni probióticos a sus preparados, lo cual perjudica la calidad de la microbiota y la inmunidad de los niños alimentados con biberón. Esto, al igual que los partos por cesárea, podría explicar el aumento de los casos de alergias (eccemas), asma, inmunodeficiencia e incluso enfermedades degenerativas en los recién nacidos.

La importancia de los “juegos sucios”

Los niños y las niñas, no tardarán en atraer todo tipo de bacterias con comportamientos de sobra conocidos, como llevarse a la boca todos los objetos que encuentran (incluidos los desperdicios que hay en los parques públicos), y hasta la basura doméstica. Es cierto que este acto reflejo preocupa a las personas adultas y, por supuesto, evitarán que sus hijos e hijas se lleven a la boca objetos muy sucios o productos peligrosos. De todas formas, si la microbiota se va enfrentando gradualmente a bacterias oportunistas o ligeramente patógenas, desarrollará una madurez inmunitaria que le permitirá resistir con mayor eficacia futuras agresiones.

A partir de los tres años, la microbiota infantil, aunque es muy específica, se corresponde en parte con la de su  madre y padre e incluso con la de quienes viven bajo el mismo techo y se sientan a la misma mesa. Aunque aun puede evolucionar, será difícil que lo haga. Introducir una nueva cepa bacteriana en la microbiota viene a ser algo así como introducir una nueva especie en una selva que ya ha alcanzado su pleno desarrollo: en principio, todos los espacios libres están ocupados y al recién llegado le resulta muy difícil encontrar sitio. En general, esto sucede únicamente a raíz de una tormenta grave, por ejemplo, si la microbiota es diezmada por un tratamiento con antibióticos, si resulta modificada por una enfermedad infecciosa, si el germen recién llegado es particularmente poderoso o el terreno o la alimentación específica de le son propicios, como es el caso del hongo Cándida albicans en niñas y niños que ingieren muchos productos azucarados.

Peor si vives en una ciudad

Como cabría esperar, los habitantes de zonas rurales tradicionales, que están en contacto con los animales, la tierra y las plantas y que ingieren productos no transformados y sin esterilizar tienen una microflora intestinal más rica y más eficaz que la gente de los países industrializados que vive en oficinas y se alimenta de platos precocinados recalentados en el microondas.

Así pues, la consecuencia es que en occidente los intestinos de quienes allí viven están peor protegidos y, por tanto, son mucho más sensibles a las infecciones y a las enfermedades autoinmunes. Son, por consiguiente, menos resistentes a las bacterias patógenas.

Cambiar los microbios, mejorar la calidad de vida.

Hoy en día, se cuenta con la posibilidad de realizar trasplantes de microbiota. En realidad, se trata de extraer las heces del colon de una persona (sana) con el fin de introducirlas en el colon de una persona enferma. Se ha comprobado la eficacia de esta práctica en el tratamiento de personas infectadas por una bacteria patógena que se ha hecho resistente a los antibióticos, la Clostidrium difficile, causante de una enfermedad muy complicada de tratar.
 Antes de tomar antibióticos, hay que asegurarse con el médico o el terapeuta que es indispensable y que no hay otra solución para tratar la enfermedad o el problema que padezcamos.
  1. No abuses de los productos de limpieza domésticos químicos. Nuestro entorno debe estar limpio; pero hay que evitar que esté demasiado esterilizado.
  2. Evita los limpiadores antibacterias, sobre todo, las soluciones de limpieza para las (a menos, claro está, que por su profesión -dentista, cirujano, enfermero, etc.- te veas obligado a ello.
  3. Deja que los niños y las niñas jueguen al aire libre y acaricien a los animales. Retoma el contacto físico con la naturaleza, con el planeta.
  4. Consume alimentos prebióticos, ricos en fibras, para nutrir la microbiota: leguminosas (alubias, garbanzos, lentejas, etc.), cereales integrales (arroz, espelta, avena, etc.), cebollas, puerros y otras hortalizas, aguacates, plátanos, peras y otras frutas de temporada.
  5. Come alimentos que tengan bacterias probióticas: yogur, chucrut, pepinillos, aceitunas fermentadas…
  6. Reduce o elimina la comida rápida, pues son alimentos que, además, se digieren mal. Muchos alimentos modernos, ricos en grasas saturadas y almidón, apenas contienen fibra y no ofrecen por tanto nada interesante para que fermente en el intestino grueso, por lo que nuestras amigas las bacterias se debilitarán.
  7. No abuses de los antiinflamatorios químicos (ibuprofeno, aspirina, etc.), aumentan la permeabilidad.

Con problemas digestivos recurrentes, lo mejor será visitar al kinesiologo/a.

En caso de que tengas problemas digestivos desde hace tiempo (estreñimiento, diarrea, alternancia de ambos, hinchazón abdominal, gases fétidos…), es el momento de pedir cita en una consulta de kinesiología cuántica. Te hartan unos sencillos tests para determinar que está sucediendo y por que esos desequilibrios. Además, te propondrán soluciones muy sencillas, saludables, baratas y eficaces para resolver esos problemas del sistema digestivo, pues, para estos profesionales, este es uno de los campos donde acumulan mayor experiencia y eficacia y mejores resultados.
Es bien importante preocuparse de regenerar la microbiota mediante un tratamiento específico. Porque no hay que olvidar que es la salud de los intestinos la que determina, al fin y al cabo, la salud de todo el cuerpo, incluido el estado de ánimo.

Una vez determinadas y erradicadas las causas de los desequilibrios de la flora intestinal, a continuación, en muchos casos, es muy recomendable aportar un surtido de bacterias lácticas que restaure la microflora de protección intestinal. Estas especies bacterianas, compatibles entre sí y con capacidad de desarrollarse in vivo, pertenecen principalmente a los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium.
  1. Estas bacterias, por beneficiosas que sean, se encontrarán desamparadas en su nuevo territorio y no podrán desarrollarse de forma armoniosa en él, a no ser que lleguen acompañadas de sus factores de crecimiento metabólico. Por tanto, es preciso prever su alimentación (con los prebióticos) a fin de que les proporcione los ingredientes necesarios para su crecimiento en el medio intestinal: oligosacáridos, colágeno, aminoácidos, lactoferrina y los cofactores vitamínicos (del grupo B) y minerales (magnesio, manganeso…).
  2. Aportar bacterias protectoras y favorecer su desarrollo son las dos primeras etapas que determinan la regeneración de la microbiota; pero también es preciso regenerar el epitelio intestinal, que debe formar de nuevo una barrera infranqueable e impermeable frente a los diversos agentes dañinos o patógenos. Para ello es necesario aportar alimentos que contengan agentes reparadores como la glutamina, fosfolípidos, colágeno, vitaminas del grupo B, C, E y carotenoides.
  3. Los cuerpos sutiles energéticos que envuelven nuestro organismo, el medio intestinal, la boca y la piel, constituyen la primera línea de defensas naturales del organismo. Por ello, conviene estimular la inmunidad energética y biológica, armonizando nuestras auras y proporcionándonos una selección de nutrientes: las bacterias amigas o las inmunoglobulinas de calostro contribuyen a la resistencia natural del intestino frente a las agresiones del entorno. De igual manera, los oligoelementos (cobre, selenio, zinc), las vitaminas A, B6, B9, B12 y C participan en la actividad normal del sistema inmunitario.
  4. Por último, conviene estimular el metabolismo general mediante nutrientes en sus formas adaptadas: oligoelementos, vitaminas, coenzima Q10 y aminoácidos azufrados. Realmente, si el organismo está falto de vitalidad y de minerales y ha pasado meses o años con digestiones difíciles, no permitirá fácilmente que se realice una buena labor de regeneración del aparato digestivo.


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